Norte de Vietnam en bicicleta 2023
Elena

Este es el relato de nuestro mes y medio recorriendo el Norte de Vietnam en bicicleta. Uno de los países donde más hemos disfrutado montando en bici.

Nunca hemos tenido demasiadas ganas de visitar Vietnam. Durante muchos años cuando planeábamos el destino de verano, Vietnam aparecía como posibilidad, pero cuanto más leíamos otras crónicas de viajeros que habían estado, antes lo descartábamos. Nos daba mucha pereza enfrentarnos a lo que la mayoría describía del país: timos, sobreprecios, gente ruda… Estábamos bastante curtidos en Asia pero lo que leíamos de Vietnam era otro nivel.

Llevábamos ya cinco meses por el sudeste asiático y el resto de países de la zona ya los conocíamos, así que de pronto nos entraron bastantes ganas de visitar Vietnam en bicicleta y comprobar con nuestros propios ojos si era verdad lo que se decía, eso sí, asumiendo cómo pensábamos que serían las cosas e intentando tener la mejor experiencia posible dentro de lo que cabía.

Volamos a Hanoi desde Kuala Lumpur y decidimos alojarnos unos días en el Old Quarter, la zona más turística, para cogerle un poco el pulso al país. Aterrizamos por la tarde. Otros cicloturistas nos habían desaconsejado circular por Hanoi en bicicleta, así que contratamos con el hotel donde nos íbamos a alojar, un transporte de siete plazas desde el aeropuerto, con la promesa de que estaba al mismo precio de cualquier taxi. Aceptamos dudando si eso era verdad, pero no era caro y así no teníamos que andar buscando un coche que quisiera llevar dos bicis. Al llegar al aeropuerto el hombre que nos esperaba parecía sorprendido al vernos con las dos bicis y nos dijo que esperásemos.

Yo ya me monté mi película y pensé que iba a hacer el teatrillo para pedirnos más dinero por las bicicletas, haciendo ver que era una cosa complicada y demás… y como ya nos ha pasado en otros países…, así que le advertí a Chema de ser inflexibles si nos pedía más dinero porque no era lo que yo había hablado con el hotel. Pero tras cinco minutos vino alguien a a ayudar a meter las bicis en el coche, y ya con todo dentro partimos rumbo al centro de Hanoi. ¡Ah! pues no quería cobrarnos más, qué malpensada.

Durante el recorrido hasta el centro pudimos ver el espectáculo de motos y todo tipo de vehículos. Era una pasada observar el movimiento de cientos de motocicletas serpenteando entre los coches, portando toda clase de bultos, gente sin casco, niños, bebés… una locura hipnótica.

En el pequeño hotel donde nos alojamos, super amables, nos buscaron un hueco para las bicis y así no tener que dejarlas en la calle todo el día. No había mucho espacio, pero las apañaron bien.

Salimos ya de noche y tras dar alguna vueltecilla nos dimos cuenta de algo, habían desaparecido los vehículos… Para nuestra alegría las calles estaban cortadas al tráfico y las motos ya no ocupaban las aceras. Eran los peatones los que invadían la calzada. Niños, familias enteras paseaban alrededor del lago en un ambiente festivo.

Los vendedores ambulantes de juguetes y los de comida se distribuían a lo largo de las calles. Chema y yo no podíamos estar más felices. No podemos imaginar una ciudad más perfecta que aquella en la que no circulan coches ni otros vehículos a motor. Le devuelves las calles a la gente y solo ves alegría. No sabíamos a qué se debía aquello, pero tras tomar nuestro primer Bánh mì y pasear un poco por las calles sin tráfico, decidimos ir a dormir. Había sido un día intenso y estábamos cansados.


Hanoi

Teníamos un poco de trabajo y la habitación donde estábamos no tenía sitio para trabajar los dos, así que decidimos ir a alguna cafetería. Al bajar a la calle comprobamos que todo seguía cortado al tráfico, así que dedujimos que al menos todo ese día continuarían así, lo que nos alegraba enormemente. Estaba lleno de vietnamitas paseando, hordas de niños jugando y disfrutando de un amplio espacio donde correr sin peligro alguno de coches.

Era un muy buen día de primavera y toda aquella explosión de felicidad libre de humos nos tenía impresionados. Decidimos que lo de trabajar podía esperar y que aquella mañana, sin embargo, merecía la pena vivirla.

Se acercaron a nosotros unos cuantos niños vietnamitas que de forma super amable nos pidieron hablar un rato con nosotros para practicar su inglés. Eran muy tímidos pero encantadores, pronto vinieron también sus profesoras muy sonrientes agradeciendo que hubiéramos hablado con ellos un rato y nos preguntaron ellas también por nuestra procedencia y nuestros planes de viaje. Se despidieron muy amablemente volviéndonos a dar las gracias por hablar con ellos.

Nos sentamos en un banquito a tomar una bebida que habíamos comprado y nos dimos cuenta de que unos padres animaban a su hijo a venir a hablar con nosotros, todo con una gran sonrisa. Estuvimos hablando con él un rato y luego se acercó otra niña que estaba por allí con su padre y su primo. Vale. Los padres llevaban a los niños a aquella zona para hablar con los extranjeros en inglés y así practicar un poco. Bastaba que intercambiaras con ellos algunas frases para que se despidieran muy amablemente y nos agradecieran el gesto.

Fuimos a comer a un sitio bastante local, teniendo en cuenta que estábamos en el Old quarter, y pedimos unos platos bastante ricos. Nos pusieron una bandeja con pan pese a que en las fotos no aparecía y nos temimos que pasara lo que advertían en algún blog, que en Vietnam nada es gratis y que cualquier cosa que añadan a tu comida había que pagarla a parte, a veces a precios caros. Pero como teníamos hambre decidimos comerlo de todos modos. A la hora de pagar la cuenta no nos cobraron el pan y empezamos a dudar seriamente sobre todos los prejuicios que nos habíamos construido.

Era sábado noche y salimos a pasear por allí. Todo seguía cortado y se estaban desarrollando un montón de actividades. Gente saltando a la comba, señores y señoras bailando bailes de salón, artistas que pintaban cuadros, grupos tocando música… un concierto de bailes típicos. Algunas marcas daban cosas gratis y nos regalaron mirindas bien frías… ¿no era que nada era gratis? ¡Pero si nos lo estaban dando todo!

A veces se acercaba algún vendedor ofreciendo algo pero como en cualquier otro lugar si decías que no querías, seguían su marcha, ni una sola vez nos insistieron.

Había una calle muy escandalosa llena de bares con música muy alta y solo turistas cenando y bebiendo allí, la «beer street» nombre que ya daba pistas de lo que ibas a encontrar. Desde los restaurantes te ofrecían sus cartas para que entraras a los locales y ciertamente estaba a tope de gente. Pasamos para verla pero no se nos ocurrió ni tomar nada por allí, ni cenar, era agobiante y muy parecida a lo que es Khao San en Bangkok hoy en día.

El domingo todo seguía cortado al tráfico. Seguíamos hablando con los niños y sus padres, paseando por allí, disfrutando de ese reducto de ciudad libre de coches. Para nuestro alborozo descubrimos que cortaban las calles todos los fines de semana, increíble en una ciudad con ese tráfico y dominada por la dictadura del coche y la moto.

Pasamos un día más en Hanoi, visitando un poco la ciudad, conociéndola con el caótico tráfico que no nos pareció muy diferente al de muchas grandes ciudades asiáticas, la verdad.


Cát Bà

Decidimos dejar las bicis en Hanoi y visitar Ha-Long sin ellas, así que nos montamos en un autobús rumbo a la isla de Cát Bà. El trayecto aunque largo fue muy cómodo y sin incidentes y a mediodía estábamos ya en la isla de Cát Bà. Nuestro hotel aunque básico estaba muy bien, 11 € por una habitación doble con desayuno era más barato de lo que habíamos podido imaginar.

Comimos por allí y contratamos la excursión para el día siguiente a la bahía de Cát Bà y la bahía de Ha-Long.

Esta localidad estaba a tope de turismo vietnamita. Era bastante rara arquitectónicamente y no demasiado bonita. Por la noche cuando apenas circulaban coches niños, adolescentes y otra gente ya más mayorcita 🙂 alquilaban bicis de paseo y recorrían la calle principal jugando a pillarse, saludarse y en general disfrutar del paseo en bici. Nos encantaba mirarles y echamos de menos no tener nuestras bicis con nosotros.

Ha-Long

A la mañana siguiente nos montamos en el barco que nos llevaría durante todo el día a recorrer las bahías de Cát Bà y Ha-Long. Hicimos la excursión con una de las agencias que mejores opiniones tenía y la verdad es que nos fue muy bien. En el barco con capacidad para unas 30 personas sólo íbamos 9. Apenas nos cruzábamos con otros barcos y casi siempre navegábamos completamente solos. Hicimos kayak atravesando cuevas, nos bañamos en una pequeña playa, comimos comida local y en general disfrutamos mucho del día.

Ha-Long es impresionante, los grandes riscos verticales que emergen del agua le dejan a uno boquiabierto. Hay pasajes parecidos en el sudeste asiático pero lo de Ha-Long es impresionante.

En el barco conocimos a otros dos españoles María y Rafael, dos super viajeros que han recorrido todo el mundo y con los que fue una maravilla coincidir y compartir anécdotas de viaje. Ojalá volvamos a encontrarnos en algún otro lugar.

Vuelta a Hanoi

Volvimos a Hanoi al día siguiente. Pasamos cinco días más allí porque los dos teníamos que trabajar algo. Por las tardes nos íbamos a una cafetería que tenía un espacio de coworking con un ambiente genial para trabajar y con todo lo que podíamos necesitar. Ya nos conocían allí y a veces fantaseábamos con el hecho de que sería una ciudad donde podríamos vivir algunos meses sin problema.

Aprovechamos para sacar el visado para Laos, que era donde nos íbamos a dirigir después de recorrer el Norte de Vietnam en bicicleta. Con la llegada del fin de semana otra vez volvieron a cortar las calles y nosotros a disfrutarlas. El intercambio de idiomas con los niños nos ayudó con algo de vocabulario vietnamita así que para ese entonces ya sabíamos las palabras básicas, saludos, gracias, despedidas… Nos dieron helados gratis, y en general compartimos charlas otra vez con los locales, incluso una familia enorme me cantó el cumpleaños feliz cuando se enteraron de que en pocos días iba a ser mi cumpleaños.

La familia que nos cantó el «cumpleaños feliz»

Empieza el recorrido por Vietnam en bicicleta

En general había hecho bastante calor los días de atrás, así que temíamos un poco que la ruta se volviera dura ese día debido a las altas temperaturas. Pero la suerte estaba de nuestra parte y el día amaneció nublado.

Salir de Hanoi en bici fue peor de lo que nos habíamos imaginado. La ruta que habíamos trazado para salir no fue la mejor y pronto nos encontramos circulando por una carretera sin arcén más estrecha de lo que esperábamos, llena de camiones y el asfalto en mal estado. Iban despacio y casi siempre esperaban para adelantarnos, pero no dejaba de ser una tortura.

Pedaleamos así en el infierno unos quince kilómetros, momento en el que salimos de la carretera principal y todo cambió. Íbamos por una especie de talud con una carretera en la que apenas circulaban algunas motos. De vez en cuando había algunos charcos pero en general estaba en buen estado.

Vimos varias iglesias en los pueblos que íbamos pasando y nos sorprendió que fuera una zona tan católica. Después de un rato disfrutando del paisaje y el pedaleo paramos a comprar agua y alguna bebida fría.

Nos metimos en un pueblo de los que estaban cerca de la carretera y encontramos una pequeña tienda. No tenía precios marcados y después de tanta advertencia sobre no comprar nada sin preguntar el precio antes, esperamos la clavada. Nos costó apenas unos céntimos. Lo hablamos y decidimos abandonar las ideas preconcebidas porque no estaba siendo esa nuestra experiencia y no se justificaba, así que tal vez en algún momento nos pasara, pero hasta entonces, íbamos a dejar a un lado los prejuicios.

En el pueblo la gente nos miraba curiosa y niños y mayores nos saludaban con un hello! qué alegría les daba cuando devolvíamos los saludos!

Continuamos nuestra ruta y de pronto comenzó a llover. Se veía que era una nube pasajera así que preferimos parar que ponernos nuestros chubasqueros que en verano nos hacen sudar demasiado.

Vimos un pueblecillo y al lado de la carretera una casa con un pequeño porche. Nos íbamos a meter ahí un momento a esperar que pasara la lluvia, aunque íbamos mirando prudentes que no fuera un sitio donde molestáramos. Un hombre mayor que pasaba con una moto por allí nos instó con gestos a meternos debajo del porche sin problema, y eso hicimos, qué majo.

Llevábamos allí unos diez minutos y apareció desde el otro lado de la carretera una señora con dos chubasqueros de los que utilizan ellos en las motos bajo la lluvia. Los dos pensamos que tal vez nos los quería vender pero al contrario, la mujer insistió para que nos los quedáramos y se fue, nos los estaba regalando. Ahí pensamos que era una especie de show de Truman, ¿dónde estaba la cámara?

A mediodía el sol empezó a pegar fuerte y como llevábamos ya unos 60 kms. decidimos que había llegado la hora de dar por finalizada esta primera etapa de nuestra ruta por Vietnam en bicicleta. Estábamos en Đồng Văn una localidad a medio camino entre Hanoi y Ninh Binh, el lugar donde queríamos parar unos días. La gente nos saludaba, en las tiendas no había precios pero seguían cobrándonos el precio local. No había mucho que hacer pero en principio solo queríamos descansar así que eso hicimos toda la tarde. A la hora de la cena comimos nuestro primer Pho bo, plato típico vietnamita que dedujimos que sería lo que más comeríamos en nuestra ruta, porque abundaba por todos lados.

En estos pueblos que pasamos comerciaban con carne de perro como cualquier otra carne, lo vimos con nuestros propios ojos y si había alguna duda sobre si los vietnamitas seguían consumiendo, ya os decimos nosotros que sí, porque además lo vimos en más lugares. Tal vez en sitios turísticos o ciudades más grandes no sea tan visible, pero en los pueblos se exponía como cualquier otra carne.


Camino a Ninh Binh

Temprano nos levantamos con la idea de llegar hasta Ninh Binh, zona turística donde queríamos parar algunos días. Salimos por la mañana en lo que iban a ser unos 50 kms. más o menos llanos. Pasaban los kilómetros por carreteras bastante fáciles, vías de servicio y caminos con muy pocos coches, aunque sin paisajes espectaculares.

Cuando casi llevábamos la mitad de la ruta tuvimos que decidir si coger la carretera nacional o una secundaria que iba más o menos paralela. La nacional iba llena de camiones así que decidimos ir mejor por la secundaria que aunque subía un poquito más, parecía más tranquila. Después de unos kilómetros nos encontramos atravesando una zona de canteras. Esto ya lo hemos visto otras veces y tienen elementos comunes: camiones, polvo y carreteras en mal estado por el paso continuo de vehículos pesados.

Todo adquirió tintes dramáticos cuando la carretera empezó a estar mojada, echaban agua con unas mangueras para que no se levantara tanto polvo por los camiones, pero pronto empezó a ser una carretera totalmente enfangada donde además el asfalto había desaparecido. Los camiones iban lentísimos así que no era una cuestión de seguridad, era una cuestión de enorme desgaste físico. Había partes con charcos gigantes donde no veíamos el fondo así que pasábamos a ciegas con la incertidumbre de poder caernos si encontrábamos alguna piedra o resbalarnos con algo.

A veces nos apartábamos para que pasara algún camión así que cada poco tenías que bajarte y volver a subir a la bici. A esa altura estábamos ya totalmente llenos de barro blanco por todas partes, las bicicletas y nosotros… incluso la cara totalmente salpicada de barro. Hubo un momento revelador de que las cosas no iban bien cuando un perro enorme y suelto, empezó a ladrarnos desde el otro lado de la carretera, y yo, que normalmente me asusto, abandonada en ese momento como estaba totalmente a mi suerte, pensé… si quieres venir ven, que ya me da igual todo, ni susto me dio 😀

En este infierno pasamos algo más de diez kilómetros, atrapados sin carretera alternativa, con la única opción de continuar hacia adelante y con miedo de que lo que viniera, pudiera ser aún peor. Por suerte no empeoró y en un momento dado nos desviamos hacia la nacional, lo hicimos sin pensarlo y salimos de allí como alma que lleva el diablo.

Al salir a la nacional paramos en el primer sitio que vimos donde podíamos comprar una bebida fría, porque además del esfuerzo y el calor íbamos sudando mucho y nuestras botellas de agua estaban calientes y llenas de barro. El lugar donde paramos era muy local, aún estaba vacío pero la mujer que lo atendía, con una gran sonrisa, nos encendió un gran ventilador y nos instó a sentarnos un rato en las sillas. Estuvimos allí bastante tiempo, super felices por haber salido indemnes de nuestra pequeña aventura. Tras cobrarnos la mujer unos céntimos por dos zumos, emprendimos la marcha esta vez por la nacional.

El arcén era bastante grande y la ruta muy directa así que fuimos muy cómodos. Se había hecho tarde y el sol ya pegaba muy fuerte así que paramos un par de veces a comprar agua. Cada vez que parábamos venían a saludarnos niños y mayores, muy curiosos de que estuviéramos pasando por allí, se reían les daba vergüenza y nos contagiaban esa alegría.

Un poquito antes de llegar a Ninh Binh intentamos limpiar un poco las bicis, las alforjas y a nosotros mismos. Íbamos a alojarnos en una guesthouse y nos daba apuro llegar de la forma en la que íbamos. Conseguimos adecentarnos un poco y así, con toda la epicidad de la ruta, llegamos triunfantes a Ninh Binh.


Ninh Binh

Era 8 de junio, mi cumpleaños, así que decidimos hacer algo bonito ese día, aunque luego ampliaríamos los fastos en lo que pasamos a denominar «el fin de semana de festejos».

Estábamos en uno de los lugares más bonitos que hemos visto en este viaje, así que era bastante fácil hacer algo especial. Nos despertamos y cogimos nuestras bicicletas hasta el embarcadero de Trang An a unos 7 kms. Es muy típico alquilar bicicletas para visitar la zona porque los paisajes son una maravilla y todo es bastante llano. El lugar estaba muy preparado para el turismo, con algunos bares y tiendas con recuerdos. Ese día había muy poca gente.

Lo típico en Trang An es hacer el recorrido en barca por el río. Una barquera te lleva durante unas tres horas por diferentes escenarios: templos, cuevas… Hay diferentes recorridos que puedes elegir dependiendo de lo que quieras ver exactamente. Elegimos el recorrido 1 porque habíamos leído que estaba bastante bien. Las barcas son de cuatro así que compartimos la ruta con una pareja vietnamita. Pronto vimos que la mayoría de las otras barcas hacían otras rutas así que, al menos al principio del recorrido, íbamos casi solos.

La ruta es muy muy espectacular, la verdad es que estábamos alucinados. Las cuevas son muy chulas con estalactitas que brillaban en la oscuridad, los templos son una pasada… el paisaje es brutal. La pareja vietnamita de nuestra barca nos ofreció el paraguas que llevaban ellos para el sol en un gesto de solidaridad que nos dejó boquiabiertos, no quisimos aceptar, por suerte en la barca había otro paraguas y la diferencia estando a refugio del sol se notaba mucho.

Nos dieron una botella de agua también que se agradecía por el calor, eran jovencitos y todo el camino fue una maravilla con ellos. Se preocupaban de que entendiéramos las instrucciones de la barquera que solo hablaba vietnamita, así que nos traducían al inglés. La barca iba parando en templos y otros paisajes que parecían sacados de libros de fantasía, qué maravilla de excursión.

Cuando terminamos la ruta nos despedimos y a la salida nos fuimos a tomar un refresco. Estábamos en unas mesas, en un sitio turístico, tomando un par de bebidas y unos frutos secos en el sitio con una de las vistas más impresionantes que hemos visto, y apenas nos costó un euro y poco. Nos alucinaba Vietnam.

Por la noche fuimos a una de las zonas que habíamos visto con más animación en Ninh Binh. Esta ciudad debió ser mucho más turística en otros tiempos. Ahora el turismo lo recoge Tam Coc, a apenas 5 ó 6 kilómetros, lugar donde hasta hace apenas cinco años solo había una guesthouse, hoy se cuentan por decenas.

Así que allí estábamos en Ninh Binh, en uno de los sitios más bonitos que hemos visto en una ciudad. Había un lago enorme decorado con farolillos de colores. Dos grandes templos en medio del lago maravillosamente iluminados. La verdad es que no veíamos turistas, y los niños y familias en general no paraban de saludarnos. Después de cenar volvimos a la guesthouse y el dueño y un amigo estaban cantando karaoke en la puerta. Nos insistieron en que cantáramos con ellos mientras nos servían té y lychees.

Y así terminó el día, cantando canciones de Enrique Iglesias con dos vietnamitas que en cuanto se enteraron de que era mi cumpleaños sacaron botellas de licores y otras bebidas para celebrar junto a nosotros, lo que hizo que el día se convirtiera en uno inolvidable.

Los siguientes días continuamos visitando la zona. En pocos kilómetros se acumulan un montón de paisajes dignos de ver, como la cueva de Mua, con su impresionante mirador y los campos de lotos.

Llegó el día de continuar nuestro viaje por Vietnam en bicicleta. Nos despedimos de nuestro compañero de karaoke que nos regaló botellas de agua para el camino, lo que no sabíamos es que nos iba a apetecer dar por finalizada la ruta a solo 7 kms. en la zona más turística, en Tam Coc. Queríamos hacer una ruta en bici por allí, que era mejor hacer al atardecer.

Al llegar con nuestras alforjas y las bicis nos sentamos un rato en unos bancos a la sombra mientras hacíamos un poco de tiempo para poder ir a una guesthouse. Estando allí sentados llegó una familia vietnamita a descansar y pronto nos preguntaron muy curiosos por nuestro viaje. El padre y una de las hijas hablaban inglés bastante bien así que nos pudimos comunicar con ellos. Estaban allí también de turismo y no podían creer que estuviéramos viajando en bicicleta. Después de darnos la bienvenida a su país nos marchamos, con el buen sabor de boca que dejan estos encuentros casuales con la gente local.

Nos alegramos mucho de hacer la ruta en bici por la tarde, los paisajes eran espectaculares y merecieron mucho la pena.

Por desgracia esa noche me hice un corte en el pie con una puerta de metal, no era un corte complicado, me lo curé yo misma, pero sí doloroso. A la mañana siguiente con todo preparado para irnos me di cuenta de que no podía ponerme la zapatilla, me rozaba justo en la herida y si hacía fuerza pedaleando, era peor, así que nos quedamos un par de días más.

El desafortunado incidente se acabó convirtiendo en un golpe de suerte pues la casualidad hizo que ese día charláramos brevemente con un grupo de españoles que nos dijeron que iban camino de Mai Chau. Nosotros no habíamos oído hablar de Mai Chau, pero mirando en google vimos que estaba en la ruta hacia Laos también, y parecía más interesante que la ruta más anodina que teníamos planeada para dirigirnos a la frontera.

El único problema es que había que cruzar el Thung Khe Pass, un paso de montaña catalogado como uno de los más peligrosos de Vietnam. Aún queríamos ir a Mai Chau, pero no había forma de que fuéramos a hacer el paso en bici. Así que tomamos la decisión de llegar a Mai Chau en furgoneta. Menos mal porque lo que vimos desde el vehículo al cruzar el paso daba bastante miedo.

Mai Châu

Mai Châu es un pueblo enclavado en un bonito valle, rodeado 360 grados por montañas. Hay una zona más local donde está el mercado, tiendas y servicios propios de cualquier ciudad, y una zona donde se concentran la mayoría de guesthouses.

Las construcciones donde están las guesthouses son antiguas, las típicas tradicionales elevadas con pilares para evitar las inundaciones. La vida allí sigue su curso tranquilo, la gente trabajando en los campos de arroz y aunque turística, no era nada masiva, al menos en la época del año en la que la fuimos.

Estuvimos visitando la zona en bicicleta aunque esos días hizo mucho calor así que parábamos pronto. Una mañana nos apartamos un poco del pueblo por una ruta recomendada y vimos las primeras mujeres con trajes tradicionales de las tribus de las montañas. Llevaban faldas coloridas, adornos en la cabeza… Estaban jugando a un juego tradicional que ya vimos en Ninh Binh, una especie de baile con palos de bambú.

Estaban cerca de un museo y nos dimos cuenta de que era todo impostado. Algunos turistas asiáticos eran animados a participar en el juego, suponemos que les invitarían también a dejar algunas propinas. Así que seguimos nuestra ruta para seguir descubriendo el entorno formado sobre todo por bonitos campos de arroz entre magníficas montañas.

Sabíamos que para salir de allí en dirección a la frontera de Laos tendríamos varias jornadas montañosas así que básicamente descansamos.

Pà Cò

Después de cuatro días llegó el momento de continuar nuestro camino. De nuevo, como ya nos había pasado varias veces en nuestra ruta por Vietnam en bicicleta, el día amaneció nublado. Era una suerte poder hacer el día más duro de subida con unos cuantos grados menos y sin el castigo del sol.

Nos preocupaba un poco el tráfico y la carretera. Lo que habíamos visto en el Thung Khe Pass no nos había gustado así que iniciamos el ascenso un poco preocupados. Según íbamos pedaleando ganamos confianza. Había camiones pero apenas tráfico así que los que nos adelantaban, además de ir casi igual de lentos que nosotros, lo hacían dejándonos una gran distancia de seguridad. Muchos nos saludaban, además de tocar la bocina como es habitual en Vietnam para indicarnos su presencia.

Así fueron pasando los kilómetros, lentamente, pero nosotros estábamos animados por paisajes muy bonitos de montaña, campos de arroz, no demasiado calor y un tráfico más que aceptable. Paramos unas cuantas veces en pequeños puestos de carretera a comprar agua y a descansar. Nos costaba muy barato todo y mediante gestos y pocas palabras nos comunicábamos con la gente local que nos sonreía, saludaba y preguntaba por nuestro destino.

Después de más de cinco horas de ascenso continuo y ya bastante cansados paramos en la pequeñísima localidad de Pà Cò, donde había un par de guesthouses. El pueblo es una localidad habitada por la tribu de los Hmong, originarios de China y conocidos por sus coloridos trajes.

Entramos al pueblo y paramos a comer algo porque se nos había hecho tarde.

Paramos en un humilde local de comida. La dueña y sus hijos se emocionaron mucho al vernos. No nos entendíamos muy bien para pedir algo de comer, porque allí por supuesto ni fotos ni nada de inglés, así que al final como pudimos pedimos algo que resultó ser una sopa de noodles con marisco, igual de buena que picante. Era tal la alegría que incluso nos pidieron hacerse una foto con nosotros y nos regalaron un montón de ciruelas que habían recogido del campo.

Nos alojamos en una guesthouse donde tampoco hablaban nada de inglés y donde los vecinos salieron de sus casas para vernos, mientras los niños del pueblo se arremolinaban junto a nosotros y nos preguntaban en inglés las típicas frases recién aprendidas en la escuela.

Después de cenar en la guesthouse la dueña nos indicó por señas que había una feria local en el pueblo, donde se reunían gente de la tribu Hmong procedentes de otros pueblos vecinos y pidió a sus hijas que nos acompañaran si queríamos ir, porque estaba a unos diez minutos callejeando de donde estabamos. Así que allí estábamos, siguiendo a dos adolescentes de noche por un pueblo en fiestas perdido en las montañas del Norte de Vietnam.

Llegar a la feria fue un espectáculo, no solo para nosotros sino para la gente que estaba allí, que en cuanto llegamos voltearon a vernos con curiosidad. Si no fuera por la música juraríamos que se hizo el silencio. Nos sonreian los mayores, los niños nos saludaban, los adolescentes se reían tímidos… el espectáculo era ver a unos occidentales en la feria de su pueblo. A nosotros nos resultó tremendamente pintoresca porque iban con sus trajes típicos, sus puestos de especialidades de comida y demás. La moraleja de siempre, todo depende del lado desde donde se miren las cosas.

Nos fuimos pronto a la guesthouse porque amenazaba tormenta que se materializó en una tormenta épica pocos minutos después de estar ya bajo techo.


Mộc Châu

Temprano continuamos la ruta por el Norte de Vietnam en bicicleta. Atravesamos pequeñísimos pueblos muy rurales donde veíamos pasar a mujeres y niñas con las típicas faldas de las tribus del Norte, que daban un colorido impresionante al ya de por sí impresionante paisaje.

El día nos gustaba bastante, seguía sin hacer mucho calor, de hecho el peligro mayor era que se pusiera a llover en algún momento. Estábamos en medio de una subida cuando un grupo de chicos en moto nos paró para regalarnos ciruelas que acababan de recoger del campo. Nos llenaron las manos de magníficas ciruelas rojas super dulces y continuaron su camino.

Con el ánimo alto por todo lo que estábamos viviendo y el cariño que estábamos recibiendo continuamos la etapa hasta llegar a Mộc Châu, bonita localidad rodeada de montañas.

Mộc Châu es la última localidad vietnamita antes de la frontera con Laos, así que íbamos a pasar allí un par de días antes de subir el puerto de montaña que nos llevaría al país vecino, o eso creíamos.

No planificar tiene sus riesgos, lo sabemos. Esa tarde mientras revisábamos un poco por encima cómo era la carretera de ascenso, empezamos a ver algunas cosas raras, como que google nos desviaba a otra frontera. Sin embargo veíamos comentarios muy recientes de personas que la cruzaban sin problema, así que algo no nos cuadraba. De casualidad nos dimos cuenta de que era una frontera solo para gente local, es decir, solo laosianos y vietnamitas podían pasar por ella.

Nos quedaban apenas tres días de visado en Vietnam, así que era necesario salir del país. La frontera más cercana estaba a más de 300 kms y rodeados de montañas como estábamos nos era imposible llegar en bici. Estábamos en un lugar donde el turismo era prácticamente inexistente y la comunicación en inglés muy difícil. La falta de información en cuanto a transportes y demás lo complicaba todo y dejaba en suspenso y sin mucho margen cualquier decisión.

Nos aconsejaron parar algún autobús en la carretera, aunque nos parecía un poco arriesgado porque llevábamos las dos bicicletas y los autobuses locales eran bastante pequeños y además no sabíamos hacia donde iban, puesto que no había pueblos importantes.

Acordamos ir por la mañana temprano a la estación de autobuses que vimos en google maps para ver qué medio de transporte podíamos coger y hacia dónde.

Al llegar allí la estación de autobuses no era más que un solar sin un solo autobús. Allí había algunas personas que nos dijeron que si queríamos podíamos ir en el autobús de Hanoi, les dijimos que sí porque desde Hanoi, cualquier movimiento iba a ser más fácil. Llamaron por teléfono al conductor que venía de otra localidad cercana, por suerte había sitio. No sabemos si era práctica habitual eso de que se desviara a recoger gente por una llamada de teléfono, pero fueron de mucha ayuda.

Fuimos preparando nuestro plan en el autobús. Decidimos que el Norte de Tailandia, que se nos había quedado fuera de nuestra ruta en bici y que teníamos ganas de ver, se merecía la visita. No nos apetecía meter las bicis en el avión ni hacer ruta en bici, así que decidimos visitar Tailandia sin ellas. Compramos un par de mochilas en Hanoi, dejamos las bicis y las alforjas en un trastero y después de dos días estábamos volando rumbo a Chiang Mai en Tailandia.

Del Norte de Vietnam solo podemos hablar maravillas y nos dejó claro que al final cada uno tiene que vivir su viaje. Cada una de las personas con las que nos fuimos encontrando echó por tierra y pisoteó cada uno de los prejuicios que teníamos. Aflojaron nuestras defensas a base de sonrisas y cuidados, destensaron nuestras ideas preconcebidas e hicieron que nos entregáramos y confiáramos en aquello que siempre nos rondó en la cabeza al iniciar este viaje y es que, al final la mayoría de las personas, son buenas personas.

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